VIDA DE ESCRITORA

#Retovalentines

Resulta increíble lo que puedes llegar a encontrar cuando ordenas un armario… o un canapé.  El otro día, sin ir más lejos, mis manos se encontraban en plena actividad recolocadora mientras mi cabeza daba vueltas al tema del post de esta semana cuando, de repente, mis ojos localizaron una bolsa en un rincón que llamó mi atención. La abrí y miré en su interior.

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OMG!

He aquí su contenido: entradas de eventos culturales de diversa naturaleza, cartas ensobradas, tarjetas de felicitación de cumpleaños y algunas fotos. Lo mejor de todo es que algunos de estos documentos, databan del siglo pasado. Bueno, vale, el más antiguo, una entrada para el concierto de los BackStreet Boys en el Estadio de La Peineta -todos tenemos un pasado :-)- estaba fechado en 1999 y, aunque sea por lo pelos, eso pertenece al siglo XX.

Entre estos mementi di con uno que me vino como anillo al dedo para esta entrada, dadas las fechas en las que nos encontramos: mi primer poema de amor. Escribí esta poesía en febrero de 2003. Para poneros en antecedentes, en aquel momento yo me encontraba en Estados Unidos, concretamente en Boston. El año en el que sucedieron los atentados del 11-S (2001) solicité en mi universidad una beca para estudiar un curso de posgrado y a finales de agosto de 2002 crucé el charco. Pero, cosas de la vida, sucedió que en medio de todo aquel proceso (fin de carrera, examen de TOEFL, solicitud de beca, pasaporte y visado para estudiar y trabajar, vacunas, seguro médico, etc, etc.) Cupido hizo de las suyas y puso a alguien en mi camino. Esto sucedió en abril de 2002, cinco meses antes de que me subiera al avión que me llevaría al otro lado del Atlántico. Parece que fue tiempo suficiente porque volví a España en Navidad y seguíamos como si no me hubiese ido. Es lo que tiene hablar una hora (o más) por teléfono todos los días. Lo duro fue volver a la universidad en enero, sabiendo que hasta finales de mayo no volveríamos a vernos.

Eso y el clima. Esa sensación térmica de -20ºC se ha quedado grabada a fuego (nótese el sarcasmo) en mi memoria. Salía del dorm con doble gorro y el frío se colaba igualmente hasta mi mismísimo cerebro. La crema de cara más espesa que me he dado en mi vida, parecía grasa de ballena, la utilicé allí (y aun así me salieron unas rojeces en la cara que ya quisiera Heidi).  Pasaban las semanas y la nieve no se derretía, se acumulaba y ganaba cada vez más inches de altura (hasta que llegó la primavera y aparecieron riachuelos en las calles…). Todo eso no evitaba que te encontraras a algún friki despistado con chanclas en el comedor… pero eso es otro tema.

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Dada la adversidad de las condiciones climatológicas, el campus de la universidad era una auténtica microciudad. Podías pasar meses sin salir de allí ni necesitar nada del exterior. Había cine, cafeterías, obras de teatro y musicales, múltiples actividades deportivas y de ocio, biblioteca (por supuesto), médico y hasta iglesia y su propia policía. Entre toda aquella oferta yo apunté a clases de italiano, que siempre me ha gustado. Un día, el Italian Club convocó un concurso de poesía, me presenté,… ¡y gané un premio!

Toda esta retahíla para contar que el primer poema de amor que escribí fue en la lengua de Dante y de Leonardo da Vinci, de la cuna del Imperio romano y de la pasta y el gelato, entre otras muchas maravillas. No es ni mucho menos una gran composición pero aquel chico que la inspiró (el dei occhi più belli del mondo) no huyó aterrorizado al leerla, sino que años más tarde se convirtió en mi marido y padre de mis dos soles.

Si después de toda esta historia, te estás preguntando si podrás leer aquel escrito (o una transcripcion del mismo), la respuesta es SÍ, pero antes de eso, confiesa.

¿Guardas alguna carta que escribiste a un amor de juventud? ¿Y algún poema que alguien, tan locamente enamorado como para escribir en un papel, te envió para conquistarte?

Igual toca revolver el trastero, la buhardilla o el garaje en busca de esos tesoros… Pero sería bonito, ¿verdad? Mejor que el #10yearschallenge;una especie de #retovalentines (que no #retoballantines, aunque una copita  igual podría ayudar a recordar, jaja) que nos haga rebuscar en nuestros amores del pasado y desempolvar recuerdos antes de que se conviertan en olvidos.

Y sin más dilaciones, os dejo aquí aquel humilde poema para mi valentines, de hace ya 17 años…

No existe nada como sentir

que los ojos más bonitos del mundo

te miran y te sonríen.

Los ojos más hermosos del mundo

no son grises ni azules.

Tampoco los más grandes;

pero son siempre tiernos y lindos

como las flores,

como no encontrarás otros

en toda la Tierra.

Los ojos más bonitos del mundo

lo dicen todo sin pronunciar palabra.

Son fieles y auténticos.

Están tristes cuando los míos lloran

y se alegran cuando los míos ríen.

Los ojos más bonitos del mundo

me siguen a un océano de distancia.

Me guardan, incluso, mientras duermo,

pues como las estrellas,

no me abandonan nunca.

No existe nada como navegar y perderse

en ellos, a la deriva,

en esos ojos tuyos,

que son mi cielo, en este mundo.

Muestra de joya literaria que puedes encontrar cuando menos te lo esperas…
VIDA DE ESCRITORA

Mi lista interminable

Esta entrada está dedicada a todos aquellos que se esfuerzan cada día por hacer realidad sus sueños y a los que trabajan para que otros puedan alcanzar los suyos.

Siempre anotando…

Desde que puedo recordar tengo la costumbre de confeccionar listas de las cosas que debo hacer. No me refiero a los propósitos propios del inicio de año sino a los asuntos, más o menos relevantes, del día a día. Desconozco si éste es un hábito bueno o malo pues le encuentro tanto ventajas como inconvenientes. Por una parte, me permite descargar la mente de una cantidad considerable de datos y liberar espacio en mi memoria, lo que me produce un cierto sosiego. Pocas actividades me desestresan tanto como, nada más llegar a la oficina, anotar mis «pendientes» en el primer trozo de papel que me encuentro, quitándome de la cabeza los pensamientos que la han abarrotado durante el camino hacia el trabajo.

Por otra parte, apuntar cada una de las tareas también tiene desventajas. La primera es que la memoria se vuelve cada vez más vaga y cosa que yo no apunto, cosa que ella no recuerda. Otro punto negativo es que, a medida que pasa el tiempo y tacho los deberes realizados —acto que me produce una enorme satisfacción—, aparecen nuevos quehaceres en escena en proporción tal que, al final, el resultado neto resulta ser mayor al de la lista inicial. Es decir, que por cada tema resuelto se añaden, por generación espontánea, nuevos encargos a la lista. En esto radica la gran contradicción propia de las listas; por un lado, te tranquilizan cuando compruebas todo lo que has hecho mientras que, por otro, te agobian cuando ves lo que aun te queda por hacer (y cómo no para de aumentar en un continuo goteo sin fin).

Con el tiempo he podido constatar que, efectivamente, los «pendientes» se reproducen como setas. Por tanto, no tiene sentido dedicar todas tus energías (que, al contrario que las obligaciones, son finitas) en tratar de acabar a toda costa y como sea, cada una de las tareas que conforman la lista. Yo lo he intentado en distintas ocasiones y sólo he obtenido a cambio agotamiento y frustración, en mayor o menor dosis. Os preguntaréis, entonces, ¿qué se puede hacer al respecto?

Bueno, como para casi todo en esta vida, existen varias opciones. La más fácil y rápida sería dejar de elaborar listas. De esta forma nos limitaríamos a resolver lo más urgente y perentorio en lugar de prever o adelantar acontecimientos. Conozco algunas personas que lo hacen así y no les va mal pero, en general, cuentan a su alrededor con otros que desempeñan el papel de agenda o asistente personal, recordándoles cada mañana las prioridades de la jornada. Son como SIRI pero de carne y hueso (aunque más bien debería decir «somos» porque yo también asumo este rol a menudo y muy a mi pesar).

Recordando lo tuyo y lo de los demás…

Una segunda solución sería la de delegar. Ahora bien, no es tan sencillo como podría parecer en un principio. Yo creo que algunas personas nacen con el don de saber delegar y lo ejercitan con maestría. Lo cierto es que delegar tiene su mérito pues supone decidir qué vas a hacer tú y determinar las tareas concretas de los demás, para lo cual es fundamental el convencimiento del “delegante” en que el delegado sabrá hacer, sin problemas, la misión que le ha sido asignada. Todo ello no debería eximir al delegante de supervisar el proceso ya que, después de todo, él es el responsable último de que el resultado final sea el mejor posible.

La tercera opción —la teoría de la elección— consiste en escoger, lo que tampoco es fácil. Suele ocurrir que, a veces, hay momentos en la vida en los que parece que no pasa nada, que te encuentras en un paréntesis de calma e inacción y, de repente, aparecen diversas posibilidades o ideas entre las cuales eres incapaz de elegir. Te vienes arriba y te dices a ti mismo que tienes que aprovechar la ocasión, que las oportunidades pasan una vez y no puedes desperdiciarlas. Pero lo cierto es que, si bien creo que podemos hacer prácticamente «todo», no creo que podamos hacerlo simultáneamente. De ahí el archipopular dicho de «cada cosa a su debido tiempo».

Y a estas alturas os estaréis preguntando que a santo de qué viene esta reflexión. Pues ésta se debe a que me encuentro en plena etapa creativa y no sé muy bien por cuál de las tres soluciones anteriores decantarme. Entre el trabajo y mis hijos apenas saco tiempo para leer o escribir.

Después de muchos años sin hacer lo uno ni lo otro, he logrado empezar a escribir arrancándole horas al sueño y ahora mismo estoy en una encrucijada, resistiéndome a aplicar la última opción. Esta implicaría abandonar la escritura por un tiempo, hasta que los peques sean mayores, sin saber cuántos años tendría que esperar ni si en un futuro próximo me necesitarán más o menos que ahora. Estoy segura de que hay mujeres en la misma situación que escriben, y mucho, pero yo, entre el blog, los cursos de formación y las redes sociales, voy hasta el cuello. ¿Cómo repartir entre todos ellos este bien, tan escaso como valioso?

No sé si alguien tendrá la respuesta o si esa respuesta podría servirme a mí. Desde luego, el «ya tendrás tiempo, por ahora no te compliques la ya-de-por-sí-difícil existencia», no me convence ni satisface. Porque cuando alguien dice eso parece que cuenta con información privilegiada. ¿Acaso tiene la certeza de que será así, de que en un futuro próximo dispondré del tiempo que necesito para dedicarme a lo que realmente me gusta? ¿Un futuro lleno de salud, donde nadie requerirá mi ayuda y en el que me quedarán ganas de retomar aquello que abandoné años atrás?

A falta de esa certeza, sólo me planteo continuar intentándolo, poco a poco, paso a paso, con listas o sin ellas porque únicamente el tiempo me dirá si podré o no continuar. «Ahora» es todo lo que tenemos y prefiero aprovecharlo porque nunca sabes qué pasará mañana. Al fin y al cabo, como dijo John Lennon, la vida es lo que sucede mientras estás ocupado haciendo otros planes —y en mi caso, añadiría, intentando acabar mi lista interminable—.

Mi lista interminable…

VIDA DE ESCRITORA

Because it´ s beautiful

We are all stories in the end. Just make it a good one, ok?

— DOCTOR WHO.

A veces me pregunto por qué me he metido yo en todo esto, si servirán para algo las cosas que hago, es decir, para que alguien que no me conoce dedique una parte, pequeña pero parte al fin y al cabo, de su valiosa existencia a leer lo que escribo.

¿Para qué, después de haber revisado el texto como cien veces, contrato una corrección profesional? Hoy recibiré el resultado definitivo, el que (espero) pueda subir a Amazon. ¿Y una portada y maquetación nuevas? ¿Servirán de algo los banners y marcapáginas que están por llegar? Aun me entran escalofríos cuando pienso que aprovecharé estos días para elaborar un booktrailer… No lo he hecho en mi vida y me aterra el resultado pero una vocecita interior me dice que todo cuenta, y que algo ayudará. ¿Me estará engañando?

¿Para qué he creado una página de Face Book? ¡Hasta me he abierto una cuenta en Instagram! Yo, detractora de las redes sociales, ladronas sin escrúpulos de nuestro tiempo (bien preciadísimo y cada día más escaso), me veo ahora atrapada en la vorágine diaria de subir algo a este entramado tan complejo para mí. Y la idea de darme de alta en Twitter sigue pululando en mi cabeza, como su icónico pajarillo, permaneciendo estoicamente en mi lista interminable de temas pendientes; eso sí, con un interrogante detrás, pues no sé si podré mantener a esta familia numerosa de redes sociales…

Si hasta he creado un blog, ¡por Dios! ¿Cómo es posible si lo único que yo quería era escribir y publicar? Me da en la nariz que ahí se esconde la respuesta, en el “y publicar”. Porque para escribir no hace falta nada de lo anterior; que se lo digan a Cervantes, que encerrado en una celda, dio vida al andante caballero, famoso en mundo entero. Va a ser eso lo que me falta, una celda, porque entretanto mundo digital se me diluye el tiempo para escribir como el azúcar en el café. Pero es que escribir es una cosa y publicar lo que escribes y que te lean, es otra (bien) diferente. Sobre este punto no puedo evitar que ciertos pensamientos un poco deprimentes invadan el buen rollo que tanto me cuesta mantener. Pensamientos como que en el ajetreo de la vida actual, existen más lecturas que lectores, tanto dentro como fuera de la blogesfera. Es mi opinión, pero creo que hay un exceso de oferta. ¿Cuántos libros tendríamos que leer para que cada escritor tocara a un número aceptable de sus libros leídos? (Ya no digo comprados…). Bueno, que mi mente divaga y me estoy yendo por las ramas…

Hace unas semanas leí una entrada en el blog Simplemente MJ que me pareció simplemente genial. MJ, siento mucho no haberte escrito un comentario al respecto, pero qué te voy a contar que tú no sepas, no me da la vida… Me sentí identificada con lo que decías aunque no reflejada totalmente , pues yo todavía estoy lejos de alcanzar ese nivel de profesionalidad que tienen muchos compañeros escritores. Me refiero a posicionamiento del SEO, lista de mailing, número de seguidores,… yo acabo de empezar.

Para los que no la hayan leído, en esa entrada MJ se desahogaba contando que no podía cumplir todos los objetivos que se había marcado. He de señalar que estos eran muy ambiciosos: club de lectura, entradas de blog, NaNoWriMo, entre otras cosas. Todo esta presión estaba afectando a su motivación; seguramente el cansancio derivado de la falta de sueño no ayudaba nada, salvo para verlo todo más oscuro. Concluía la entrada reconociendo no ser una superwoman. Me hizo gracia la palabra porque justamente yo acababa de publicar un breve post con un título similar aunque relacionado con la maternidad. Y pocos días después leí un fragmento de la autora Chimamanda Ngozi, sobre lo mismo. Cuántas“no-superwomen” en tan breve espacio de tiempo.

Salvo algunos cruces en la red no conozco a MJ, pero leyendo aquel post la imagen que me dio es de persona perfeccionista y exigente consigo misma, probablemente demasiado… La cuestión es que al terminarlo me hubiese encantado tenerla a mi lado para mirarla y hacerle la pregunta que me hago yo prácticamente todos los días: ¿Por qué lo haces? Todos estos objetivos tienen un fin, pero ¿cuál es tu fin último? ¿Por qué un buen día empezaste todo esto y dejaste atrás la (más o menos) tranquila vida que tenías?

En mi caso, no sólo me lo pregunto yo. Tengo la buena o mala suerte de contar con gente a mi alrededor que me hacen estas mismas preguntas, por si a mí solita no se me hubiese ocurrido reflexionar sobre mi vida. Es lo que tienen las personas más cercanas a ti. No es extraño que quienes más te quieren no sean los que mejor te comprendan y cada vez que te da el bajón o tienes una mala semana/racha, intenten arreglarlo mostrándote el lío en el que te has metido libre y voluntariamente para que, de esa misma forma, puedas salir y regresar a tu vida anterior (la más tranquila, sin blog ni SEO, sin redes, etc). Digo todo esto, para los que no vivimos de escribir sino de otro trabajo al que le dedicamos un tercio o más de nuestro día a día.

Ante esta situación, me vienen a la cabeza algunas recomendaciones de Lizbeth Gilbert (seguramente os suene por su best-seller «Come, Reza, Ama», pero aquí me estoy refiriendo otro libro suyo, Big Magic). Big Magic es un ensayo sobre la creatividad del ser humano y, en especial, sobre el ejercicio de esa creatividad mediante la escritura. Lo leí hace mucho tiempo pero las conclusiones que recuerdo a día de hoy son básicamente las siguientes: 1) Crear es una capacidad innata en el ser humano y por tanto, de una u otra forma, todos poseemos y, 2) que no tiene sentido dejar de crear por motivos ajenos a nosotros, como la aprobación de los demás, la falta de formación/educación superior, los múltiples miedos (a carecer de talento, a la falta de calidad, a no poder vivir de ello y creer entonces que no merecerá la pena) y una lista de excusas interminable como la historia de Ende. Respecto a la última, la de no poder vivir de escribir, me gustó su opinión de que es mejor no dedicarse en exclusiva y depender económicamente de ello, para poder definir tu propio estilo con plena libertad. En resumidas cuentas, lo que Liz aconseja es escribir (o pintar, cocinar, tejer, patinar, lo que sea que te ilusione) porque te gusta, y punto.

Glennon Doyle, íntima amiga de la anterior, es otra persona excepcional. Tuve la suerte de dar con dos libros suyos, «LoveWarrior» y «Carry on, Warrior», y comprobar que coincidimos en muchas cosas; (en otras, como el orden y la alimentación, no :-)). Y ahora, le tomo “prestado” el título de uno de sus capítulos aunque el contenido difiera de lo que estamos tratando aquí. En aquel episodio, Glennon describe uno de los momentos en su vida cuando, casada, con tres hijos naturales, una enfermedad autoinmune y agotada, movió Roma con Santiago para adoptar un hijo. Hizo todo lo posible y lo imposible para cumplir su sueño, estuvo muy cerca de conseguirlo pero, por motivos relacionados con su vida pasada, finalmente no pudo ser. En ese capítulo, cuenta que mucha gente, cercana y no tan cercana, le preguntaba por qué sentía la necesidad de adoptar cuando tenía una preciosa familia y tres hijos maravillosos; por qué se esforzaba año tras año, probando en distintas agencias y países, con niños y niñas de todas las edades y con diversos problemas de salud, en traer un nuevo miembro a su familia, ya por entonces numerosa.

Esto mismo me pregunto yo cuando no consigo los objetivos marcados para esta nueva aventura en la que me he embarcado (que es escribir y que alguien lo lea). Y yo misma, dejando a un lado amigos y familia, blog, redes, SEO y fans, tomo la frase de la amiga Glennon y me respondo: “Because it´s beautiful”. Sí, porque es hermoso no sólo poner tus pensamientos e ideas por escrito, bien sea para desahogarte añadiendo dosis de humor a tu cruda realidad o bien para evadirte mediante la creación de vidas, personajes y mundos paralelos donde sucede lo que tú quieras. Esa parte es hermosa, sin duda. Pero para mí, donde realmente se produce la magia, es en la conexión con el lector, en lograr que cuando te lea se le encienda una chispa en su interior que le haga vibrar, sentir. A todos nos ha ocurrido alguna vez, con un libro, una película o una canción. Esa sensación, no sólo de entender perfectamente al personaje, sino de escuchar nuestros sentimientos e ideas en su boca. Esta es la belleza que deseo alcanzar y, con esa esperanza, me siento a escribir siempre que mis circunstancias me lo permiten. Si llega el día en que esta búsqueda deja de ser un placer para transformarse en un suplicio, perderá su sentido.

Por eso, a todos los que en uno o en muchos momentos nos vemos asediados por la duda, el cansancio y la presión, muchas veces autoimpuesta, recomiendo que paremos un instante para preguntarnos el por qué de lo que estamos haciendo y escuchemos nuestra propia respuesta.