VIDA DE ESCRITORA

Mi lista interminable

Esta entrada está dedicada a todos aquellos que se esfuerzan cada día por hacer realidad sus sueños y a los que trabajan para que otros puedan alcanzar los suyos.

Siempre anotando…

Desde que puedo recordar tengo la costumbre de confeccionar listas de las cosas que debo hacer. No me refiero a los propósitos propios del inicio de año sino a los asuntos, más o menos relevantes, del día a día. Desconozco si éste es un hábito bueno o malo pues le encuentro tanto ventajas como inconvenientes. Por una parte, me permite descargar la mente de una cantidad considerable de datos y liberar espacio en mi memoria, lo que me produce un cierto sosiego. Pocas actividades me desestresan tanto como, nada más llegar a la oficina, anotar mis «pendientes» en el primer trozo de papel que me encuentro, quitándome de la cabeza los pensamientos que la han abarrotado durante el camino hacia el trabajo.

Por otra parte, apuntar cada una de las tareas también tiene desventajas. La primera es que la memoria se vuelve cada vez más vaga y cosa que yo no apunto, cosa que ella no recuerda. Otro punto negativo es que, a medida que pasa el tiempo y tacho los deberes realizados —acto que me produce una enorme satisfacción—, aparecen nuevos quehaceres en escena en proporción tal que, al final, el resultado neto resulta ser mayor al de la lista inicial. Es decir, que por cada tema resuelto se añaden, por generación espontánea, nuevos encargos a la lista. En esto radica la gran contradicción propia de las listas; por un lado, te tranquilizan cuando compruebas todo lo que has hecho mientras que, por otro, te agobian cuando ves lo que aun te queda por hacer (y cómo no para de aumentar en un continuo goteo sin fin).

Con el tiempo he podido constatar que, efectivamente, los «pendientes» se reproducen como setas. Por tanto, no tiene sentido dedicar todas tus energías (que, al contrario que las obligaciones, son finitas) en tratar de acabar a toda costa y como sea, cada una de las tareas que conforman la lista. Yo lo he intentado en distintas ocasiones y sólo he obtenido a cambio agotamiento y frustración, en mayor o menor dosis. Os preguntaréis, entonces, ¿qué se puede hacer al respecto?

Bueno, como para casi todo en esta vida, existen varias opciones. La más fácil y rápida sería dejar de elaborar listas. De esta forma nos limitaríamos a resolver lo más urgente y perentorio en lugar de prever o adelantar acontecimientos. Conozco algunas personas que lo hacen así y no les va mal pero, en general, cuentan a su alrededor con otros que desempeñan el papel de agenda o asistente personal, recordándoles cada mañana las prioridades de la jornada. Son como SIRI pero de carne y hueso (aunque más bien debería decir «somos» porque yo también asumo este rol a menudo y muy a mi pesar).

Recordando lo tuyo y lo de los demás…

Una segunda solución sería la de delegar. Ahora bien, no es tan sencillo como podría parecer en un principio. Yo creo que algunas personas nacen con el don de saber delegar y lo ejercitan con maestría. Lo cierto es que delegar tiene su mérito pues supone decidir qué vas a hacer tú y determinar las tareas concretas de los demás, para lo cual es fundamental el convencimiento del “delegante” en que el delegado sabrá hacer, sin problemas, la misión que le ha sido asignada. Todo ello no debería eximir al delegante de supervisar el proceso ya que, después de todo, él es el responsable último de que el resultado final sea el mejor posible.

La tercera opción —la teoría de la elección— consiste en escoger, lo que tampoco es fácil. Suele ocurrir que, a veces, hay momentos en la vida en los que parece que no pasa nada, que te encuentras en un paréntesis de calma e inacción y, de repente, aparecen diversas posibilidades o ideas entre las cuales eres incapaz de elegir. Te vienes arriba y te dices a ti mismo que tienes que aprovechar la ocasión, que las oportunidades pasan una vez y no puedes desperdiciarlas. Pero lo cierto es que, si bien creo que podemos hacer prácticamente «todo», no creo que podamos hacerlo simultáneamente. De ahí el archipopular dicho de «cada cosa a su debido tiempo».

Y a estas alturas os estaréis preguntando que a santo de qué viene esta reflexión. Pues ésta se debe a que me encuentro en plena etapa creativa y no sé muy bien por cuál de las tres soluciones anteriores decantarme. Entre el trabajo y mis hijos apenas saco tiempo para leer o escribir.

Después de muchos años sin hacer lo uno ni lo otro, he logrado empezar a escribir arrancándole horas al sueño y ahora mismo estoy en una encrucijada, resistiéndome a aplicar la última opción. Esta implicaría abandonar la escritura por un tiempo, hasta que los peques sean mayores, sin saber cuántos años tendría que esperar ni si en un futuro próximo me necesitarán más o menos que ahora. Estoy segura de que hay mujeres en la misma situación que escriben, y mucho, pero yo, entre el blog, los cursos de formación y las redes sociales, voy hasta el cuello. ¿Cómo repartir entre todos ellos este bien, tan escaso como valioso?

No sé si alguien tendrá la respuesta o si esa respuesta podría servirme a mí. Desde luego, el «ya tendrás tiempo, por ahora no te compliques la ya-de-por-sí-difícil existencia», no me convence ni satisface. Porque cuando alguien dice eso parece que cuenta con información privilegiada. ¿Acaso tiene la certeza de que será así, de que en un futuro próximo dispondré del tiempo que necesito para dedicarme a lo que realmente me gusta? ¿Un futuro lleno de salud, donde nadie requerirá mi ayuda y en el que me quedarán ganas de retomar aquello que abandoné años atrás?

A falta de esa certeza, sólo me planteo continuar intentándolo, poco a poco, paso a paso, con listas o sin ellas porque únicamente el tiempo me dirá si podré o no continuar. «Ahora» es todo lo que tenemos y prefiero aprovecharlo porque nunca sabes qué pasará mañana. Al fin y al cabo, como dijo John Lennon, la vida es lo que sucede mientras estás ocupado haciendo otros planes —y en mi caso, añadiría, intentando acabar mi lista interminable—.

Mi lista interminable…